viernes, abril 27

4. KLIT

—¿Por qué le dicen Klit?
La joven no contestaba, tamborileaba en la mesa. Despeinada su cabellera pajiza, el maquillaje corrido. La piel bajo la luz neón se le veía verdosa.
—Contésteme, Susana Díaz Oropeza, ¿por qué le dicen Klit? ¿Es con c o con k?
—No sé. Pon con K. Da igual. Clit. Klit.
—Klit. Con K.
—Sí.
La joven miraba al espejo en la pared, como adivinando quién podría estarla observando desde el otro lado.
—¿Por qué le dicen Klit?
—Por el clítoris —y se rió; mascaba un chicle.
—¿Perdón? —el oficial, de traje viejo, gris, corbata negra, anteojos de profesor; perdió la compostura.

Susana es la primera en quitarse la ropa. La alberca resplandece al sol y arroja reflejos contra su piel dorada. Arroja el bikini al pasto, arrugado —como si al arrojarlo también lanzara lejos su pudor—. Pero el bikini se le queda dibujado en la piel, enmarcando unos blancos senos firmes de chica de 17. Un pubis rasurado. Un pubis rasurado del que sobresalía una pequeña perla rosada. Todos enmudecen.
—¿Qué, putos? —y se rasca una nalga.
La Guajira se quita también la blusa. Sus pechos de niño se contraen con el aire. Se quita la tanga y se para junto a ella. Ríen. Se dan la media vuelta y se tiran a la alberca. Dos explosiones de agua y los gritos:
—¡Ay cabrón! ¡Está helada!
—¡Aaaay!
Eso, muchos de los presentes esa tarde ya no lo recuerdan: sólo se les quedó grabada la imagen de su entrepierna. La pequeña perla rosada. Como si de su pubis asomara un pene diminuto.
—No mames, tiene pito.
—No, pendejo; es un clítoris, como si nunca hubieras visto uno.
—Yo sí güey.
—No mames, pinche Ramirito, si a ti te gustan los hombres.
Los demás se ríen.
—No güey, no seas pendejo.
Los demás se ríen.

La joven, cuando no miraba el espejo en la pared, le sonreía al oficial anteojos de profesor como si pensara en cogérselo. Y repitió:
—Por el clítoris.

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