sábado, mayo 5

5. DEMÓSTENES

Demóstenes caminaba las largas calles de las Lomas de Chapultepec en busca de la casa número 122 de Bosque de Cipreses. Llevaba en el bolsillo de su camisa un papel arrugado con el nombre de la mujer: María, Marta o Marla. La caligrafía era ilegible. Además del apelativo estaba su dirección: Bosque de Cipreses #122, Lomas de Chapultepec. Ningún apellido o teléfono. Ningún otro detalle.

Demóstenes la había conocido tres noches atrás en el Helio, un bar de moda al que había ido con un amigo quien se ofreció a pagar el consumo a cambio de que lo acompañara. Sólo de esa manera él podía haber entrado a un lugar así. Y ahí en medio del humo azul, las luces y la música ensordecedora, había aparecido ella. Alta, cabello negro, pechos notables pero no excesivos, piernas largas, ojos verdes presumiblemente falsos, boca dulce, atuendo rigurosamente negro. Lo miró sonriente y le pregunto sin titubeos, ¿tú vienes por la música o por el alcohol? Él contestó sin sonreír, yo por tener la improbable oportunidad de conocer a una mujer como tú. Ella amplió la sonrisa, lo tomó de la mano y lo llevó a la pista. Bailaron un poco. Después se fueron a una esquina y se tomaron un par de tragos diciendo estupideces. Acto seguido comenzaron a besarse rabiosamente. A las dos de la mañana ella anunció que ya se iba. Él, atónito, le preguntó si podía acompañarla. Ella dijo no. Él le pidió su teléfono. Ella respondió que lo acababa de perder y en su casa no le daban los recados. Él, ya profundamente herido por la lanza maléfica del amor, le preguntó cómo podría volver a verla. Ella lo miró por un largo rato como sopesando la conveniencia de llevar ese fugaz romance más allá de las puertas del antro. Finalmente sacó un papel y anotó sus datos. Le dio un beso en la boca y desapareció. Demóstenes se dio cuenta de que no le había preguntado su nombre.

Levantó la vista. Estaba frente al número 122. Una casa enorme, majestuosa, como la de las películas. Demóstenes se preguntó si en realidad María, Marta o Marla vivía allí. Y si era así, ¿qué esperaba él yendo a ese lugar? Ellos no eran de diferentes clases sociales, eran de distintas especies. Una relación con ella era simplemente imposible. Lo sensato era largarse de ahí y olvidarse de María, Marta o Marla.

Tocó el timbre.

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