lunes, mayo 7

7. KLIT

El oficial la miró con una espesa mezcla de desprecio y deseo, la combinación perfecta para convertir a un simiesco burócrata de cuarta en un simiesco violador de quinta. Klit detuvo el chicle dentro de su boca. Súbitamente su actitud retadora y valemadrista ya no parecía tan apropiada.

Y ahí de repente, sin esperárselo, como todo lo que pasaba en su vida, se dio cuenta. Se dio cuenta de que ya no estaba en la universidad haciéndole la vida miserable a pobres maestros mal pagados o en su casa atormentando a sus padres y hermanos, tribu huérfana de esperanza, de una oportunidad para convertirse en familia. Ahí, en la agencia del Ministerio Público se tambaleaba peligrosamente su perenne impunidad basada en la absoluta incapacidad de sus padres y maestros para pegarle donde le doliera.

Aquí, pensó, sí pueden joderme. Mucho y con mucha facilidad.

Klit también se dio cuenta de que sin saber cómo o cuándo, había dejado que su vida se le escapara de las manos, y como caballo drogado, ahora corría desenfrenadamente hacia un precipicio lleno de picos, serpientes, clavos oxidados y mil y una variantes del dolor.

–¿De dónde sacaste la caja, niña? –preguntó el oficial. Sus ojos perforaban los suyos. Su aliento fétido le taladraba el estómago.

Ella resopló. No tenía la menor intención de ocultar la verdad, pero dudaba mucho que alguien en su sano juicio pudiera creerla. Así que tenía que inventar una historia que resultara creíble, convincente; una historia, que como la de Sherezada, le salvara la vida. Sólo que ella no tenía mil y una noches. Ni siquiera tenía una. Si creía el contenido de la nota azul –y no había razón para no hacerlo–, si no salía de allí antes de las doce de la noche, estaría muerta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueniiiisima!! ya estoy para éstas altura más que enganchada.... mordaz, ácida, derroche de creatividad!! siganle!!
Kat.