viernes, junio 1

17. PABLO

Pablo miraba su rostro enmascarado en el espejo retrovisor. Estaba orgulloso de sí mismo: siempre había pensado que en una situación de peligro él tendría la sangre fría para sobreponerse al miedo y salir victorioso. Pero esa noche se había lucido. La hazaña recién lograda seguramente le valdría por lo menos un acostón con Ingrid. Recompensa nada despreciable.

Tras unos minutos decidió quitarse la máscara, pero justo cuando la tenía apresada de los bordes listo para liberar el rostro, una camioneta Ram blanca saltó de la nada y se le atravesó en el camino. Pablo frenó bruscamente deteniendo el auto a apenas unos centímetros de la camioneta. Metió reversa y se dispuso a escapar hacia atrás pero en cuanto volvió la cabeza se dio cuenta de que una camioneta blanca idéntica a la anterior les había bloqueado la retaguardia.

–¡Corre, Ingrid! –gritó consciente de que las piernas eran ya su único medio de escape.

Abrieron las respectivas puertas pero ni siquiera pudieron salir del auto: siete u ocho hombres uniformados con overoles azules los rodeaban apuntándolos con armas de diversos calibres. Pablo e Ingrid levantaron las manos simultáneamente.

De una de las camionetas bajó lentamente un hombre de aspecto insignificante: bajo, delgado, cabello negro en franca retirada, unos cuarenta años. Pablo se dio cuenta de que en el costado de la camioneta había un gran letrero de colores que anunciaba Lavarapid.

El hombre insignificante se acercó y los miró con gesto cansado, aburrido.

–Traen máscaras –dijo con voz suave, melosa–. Como en las películas.

Después se dio media vuelta y caminó de regreso a la camioneta.

–Súbanlos a la otra y llévenlos a la bodega –ordenó.

Cuatro de los hombres de overol azul bajaron las armas y extrajeron a Pablo e Ingrid del auto. Ninguno de los dos ofreció resistencia.

–¡Conde! –gritó Ingrid.

El hombre insignificante se detuvo, pero no volteó.

–Yo no tuve nada que ver con lo de Giovanna –explicó Ingrid con un tono de lamento.

El hombre insignificante permaneció por un momento de pie, en silencio, dándoles la espalda. Después continuó caminando hacia la camioneta.

–Déjenles las máscaras –ordenó–. Quiero saber que se siente ser el villano de la historia y matar a los superhéroes.