sábado, junio 2

19. DEMÓSTENES

Marla tomó un alfiler del cojincito y miró lascivamente el órgano fornicador de Demóstenes, que absurda y traicioneramente insistía en mantenerse marcialmente erecto a pesar de la evidente congoja que la cercanía del objeto punzodesangrante causaba al resto del cuerpo.

Fue instintivo. Cuando Marla acercó su mano derecha a la zona genital, la mano izquierda de Demóstenes, repentinamente liberada de sus ataduras, se crispó en un puño indefectible y haciendo gran alarde de violencia se estrelló en el rostro aún sonriente de Marla, quien sin mediar interjección alguna fue a dar al piso provocando un golpe seco.

–Mil perdones, Marla –se disculpó él asombrado del inesperado efecto del puñetazo–. No era mi intención.

Pero la mujer no respondió, seguía en el piso en completo silencio. Desde donde estaba, Demóstenes no podía verla así que no sabía si en realidad estaba insconsciente, si estaba haciendo un berrinche o si sólo estaba bromeando. De cualquier manera lo recomendable era liberar el resto de sus extremidades de las ataduras que lo aprisionaban. Le costó trabajo hacerlo ya que sus manos sudaban copiosamente. Cuando pudo incorporarse, Demóstenes se dio cuenta de que se sentía sumamente mareado y que además del culo le dolía casi todo el cuerpo de muchas y muy novedosas maneras. Con dificultad se puso de pie y se acercó al lugar donde había caído Marla. Tenía los ojos cerrados y un delgado hilo de sangre trazaba una improbable línea recta desde la comisura de sus labios hasta el cuello. Demóstenes se arrodilló junto a ella.

–Marla, ¿estás bien?

Ella no respondió. Demóstenes le tocó el cuello buscando el pulso. No lo encontró. Pero eso no era garantía de nada: no sabía detectarlo y estaba demasiado nervioso y aturdido como para poder percibir algo tan sutil. Pensó en pedir ayuda, pero recordó el gorila que lo había recibido el día anterior y sólo de pensar en lo que sería capaz de hacerle si veía a Marla ahí tirada le hizo desistir. Pero tal vez ella estaba en peligro y no podía dejarla ahí. Tenía que mantener la calma y actuar rápidamente. Lo primero era vestirse.

Buscó su ropa entre todas las prendas que había tiradas alrededor de la cama, pero no encontró nada. Desconcertado y desesperado buscó por todos lados, pero fue inútil: seguramente Marla la había escondido para hacerle más difícil su escapatoria. Demóstenes maldijo el día que conoció a esa mujer. Abrió las puertas del enorme clóset que se encontraba frente a la cama. Había muchísima ropa, pero sería difícil encontrar algo que le quedara. Frenéticamente buscó algo que diera la talla. Finalmente se puso una vieja camiseta fuscia que le apretaba, unos pants color azul cielo que le llegaban a la pantorrilla y unas chanclas de playa que le lastimaban.

Se arrodilló nuevamente junto a Marla e intentó despertarla. No reaccionó. Probablemente estaba muerta.

2 comentarios:

Eduardo dijo...

Naa...¡¿muerta de un puñetazo?! Yo quería más hardcore

Anónimo dijo...

Ja, lo mismo dije yo.

Pero bueno siganle tipos.