martes, junio 5

20.KLIT

Con la lata de lacrimógeno en en las manos —un gas casi menos picante que el olor de la mierda en esos baños—, Klit se quedó inmóvil. El hombre de la cara angulosa repentinamente le pareció conocido. Pero de dónde. ¡Y el El Conde…! Las fotos de la niña golpeada. Todo debía de tratarse de una equivocación. O de una las retorcidas bromas del Conde. ¿Qué no estaba muerto? Un espejo ennegrecido le devolvió su imagen descompuesta. Meneó la cabeza. Tomó la lata y se apuntó.

—¡Ffffffffff! —fingió dispararle a su reflejo.

Su risa seguía siendo hermosa. Entonces se preguntó qué hacía con una lata de lacrimógeno en las manos.

Se pregunta qué hace con una pistola en las manos. De dónde viene ese olor que la excita tanto. Se trata del olor de la pólvora, pero ella imagina que es olor de semen. Pero ese olor a esperma no explica la pistola en las manos ni menos explica al hombre tirado con tres balazos, sobre el que se arroja un hombre vestido de mujer. No lo entiende porque todo es maravillosamente perfecto y armonioso.

—¡Corre, pendeja! —es la voz estereofónica de la Guajira que la empuja hacia la salida.

Ella no entiende, pero se deja llevar. Algo en su conciencia le recuerda que su cerebro está nadando en sustancias que no deben combinarse y que eso de nadar así es lindo: todo es muy colorido y tiene significados ocultos y la gravedad es una ley que puede ser derogada. Por eso se detiene en seco y le espeta a la Guajira una verdad universal que acaba de descubrir:

—¿Qué es la muerte sino una vida menos complicada?

Pero nadie le entiende eso, porque lo que le sale es algo parecido a un silbido o a un eructo acallado.

Es al día siguiente, ya muy avanzada la tarde, cuando despierta despatarrada en el sofá de su departamento, que le sobreviene un acceso de náusea.

—¡Putamadre! ¡Mate al Conde! ¡Putamadre! —grita por su celular a la Guajira— ¡Lo maté! ¡Lo maté! —histérica.
—No lo mataste. Nadie te vio.
—Pero la pistola…
—Lo soñaste.
—¡No mames, Guaji! Eso no fue un sueño… ¡No me cuelgues!

Diez minutos después, la Guajira está con ella. Y le dice más o menos lo mismo. “No lo mataste. Y en todo caso, si acaso lo mataste vas a decir que no lo mataste.” En otras palabras: mientras no te busque la policía o los esbirros del Conde, todo está bien, pero lo mejor que puedes hacer es irte a Mazunte unos meses, o a Playa, o a la chingada, no vaya a ser.

El hecho es que no podía salir así con la lata de lacrimógeno en las manos. No tenía dónde esconderla. Su blusa era demasiado entallada. El escote no dejaba espacio para nada que no fueran sus senos copa 34-C. Entonces se miró la falda. La lata era de unos tres centímetros de circunferencia por unos diez centímetros de largo: nada que no le cupiera.

Así que regresó al retrete, se quitó la tanga, lamió la lata hasta dejarla bien ensalivada y lentamente se introdujo la latita en su bien depilada “gatita”. Puso mucha atención de que el pivote quedara hacia afuera, y rezando porque no se le disparara. La lata estaba helada. No pudo reprimir un gemido largo. Placentero.

Se levantó y apretó los músculos. Caminó el pasillo en penumbras que de momento le pareció más largo. Abrió la puerta y regresó al cubículo del interrogatorio.

—¿Continuamos, señorita Susana Díaz Oropeza? Tome asiento.

Ella se sentó. Silenciosa. Obediente. Y caliente.

2 comentarios:

Eduardo dijo...

mmm...sounds good.

Don Rul dijo...

Jajaja. No mames, Escritor de Clóset, quieres que todo sea porno. Está chido.