miércoles, junio 13

22. DEMÓSTENES

No era chistoso ir por la ciudad con una vieja camiseta fuscia apretada y unas chanclas de playa que con el roce iban esculpiendo una llaga en cada pie. Y era menos gracioso llevar unos pants color azul cielo a la pantorrilla, rotos por la parte de atrás, de forma que dejaban ver tus nalgas adoloridas.

Pero nadie te hubiera quitado el gusto de ir manejando un A8 a toda velocidad mientras te perseguía una Hummer por el segundo piso del Periférico…

Demóstenes había salido del cuarto tambaleándose. Nadie en el pasillo. Nadie en las escaleras. Nadie en el vestíbulo. Una estatua de mármol le asustó de repente: creyó que era una persona. Caminó con naturalidad: vestido como venía nadie podría pensar que se atrevería a escapar. Así que entró en la cocina con una idea fija: pasarse a la zona de la servidumbre para conseguir las llaves.

Nadie en la cocina. Abrió una puerta: daba a una alacena enorme. Escuchó pasos. Se metió en la alacena. Rodeado de latería y embutidos colgantes, escuchó que alguien entraba, servía agua en un vaso. O eso sonaba, en realidad quien fuera podría estar orinando. Aunque no, no era lógico. ¿Por qué siempre pienso en estupideces?, se preguntó Demóstenes. Y más en una situación como esta. Los pasos se alejaban. Demóstenes se animó a salir. Abrió la puerta y frente a él estaba Ray, el gorila que cuidaba de Marla.

Al verlo, Ray abrió mucho los ojos. Silencio. Demóstenes tragó saliva, sintió que los testículos se le salían por las orejas. Entonces, Ray comenzó a reír, una carcajada larga, estentórea, descontrolada.

—Jijiji, jajajajaja, jojojo. P-perdóneme, perdóneme, pero ¡mpffjajajajajaja! —y hasta parecía apenado por reírse.

Volteando a ninguna parte para pedir una explicación por la risa, se topó con su propio reflejo en el horno de microondas: no contenta con amarrarlo, Marla lo había maquillado y loe dejó hecho una drag queen. Hija de puta. A ver si sí se murió la muy perra. Como sea, Ray no dejaba de reírse, así que aprovechó la confusión.

—Ray… Marla me dijo que me dieras las llaves del A8. Me la llevo de reven.
—Perdón joven, perdón. Jijiji. No sabía que usté fuea puto o como se dicen ustedes, gay.
—¿Cómo dijo?
—Perdóneme. No le vaya a decir a la patrona.
—Dame las llaves.
—Jujujujú. Aquí están —y se las sacó del bolsillo.

Las tomó y salió a la cochera. Ahora sí. Apertura automática. Encendido electrónico. Silencioso. Potente. Y un pequeño detalle: la puerta de la cochera estaba cerrada. Pero no terminó de pensarlo cuando ya se abría. Entonces a su derecha notó movimiento: Marla, con la boca sangrante, furiosa, desmadejada, corría hacia él seguida de un muy apurado Ray.

Era momento de acelerar. Y alguna orden debió de dar Marla porque las puertas empezaron a cerrarse. Pisó a fondo. El A8 salió volando de la casa, justo a tiempo antes de que las puertas cerraran detrás de él; derrapó, casi choca con otro coche que pasaba.

Avanzó calles abajo y entonces al pasar una curva, vio que la Hummer lo estaba siguiendo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

demasiado facil conseguir las llaves no crees? pero bueno... interesante..

Eduardo dijo...

Ya decia yo que un puñetazo no mata a nadie, talvés a los hemofílicos o a alguien de huesos de cristal, de ahí en fuera que bueno que no se murió, pss sí.

Florencia dijo...

Ya es mucho esperar y mi integridad emocional corre peligro si no escriben ya!
Y sip... eso de las llaves medio facilito pero ps va chido...