jueves, junio 21

23. KLIT

Klit se sentó frente al oficial. Sentía el frío metal en su interior. Y la invadía una ola de excitación, en parte por el objeto extraño incrustado en la más extraña de sus partes corporales, en parte por la delicada tarea que tenía que llevar a cabo.

Como le sugirió la Guajira, se había desaparecido por un par de semanas. Había ido a casa de una prima en Mérida. Desde ahí monitoreó la situación con cautela. Según los informes de la Guajira el día de la fiesta había corrido tal cantidad de droga que prácticamente cualquiera habría podido matar al Conde sin darse cuenta. Claro que no todos habían tenido el arma homicida en las manos, pensaba Klit con el corazón hecho muégano. El Conde era padrote, traficante, matón, adicto, pornógrafo y cruel hasta la madre. Pero con ella siempre había sido amable y caballeroso. Nunca supo por qué. Lo conoció en una de las apoteósicas fiestas que organizaba frecuentemente en su mansión. Klit, la Guajira y el Ramiritos íban invitados por los Cacharros, un grupo de Samba/Thrash Metal al que le habían diseñado la portada del CD subterráneo que grabaron y algunos carteles. Los Cacharros se habían vuelto súbita e inexplicablemente muy famosos y por ende susceptibles de ser invitados a las fiestas del Conde. En agradecimiento, los músicos invitaron a su vez a los diseñadores. En la fiesta Klit hizo algún comentario gracioso que hizo gracia al Conde y éste adoptó a los tres diseñadores como parte de su círculo de forajidos y despatriados.

Lo más extraño de todo el numerito del asesinato del Conde era que el cadáver había desaparecido. Tras la conmoción de los disparos y el cuerpo sangrante del capo, todos los invitados habían escapado de la mansión tan rápido como se los permitían sus cuerpos repletos de enervantes. Según las crónicas cuando llegó la policía no había ningún cadáver que reportar. Por ende no se hizo ninguna investigación.

Klit se acarició el cuello seductoramente y miró al oficial con una sonrisa pícara encajada en el rostro.

–Como que hace mucho calor aquí, ¿no, oficial?

El oficial la miró desconcertado pero con libidinosidad.

Klit deslizó cadenciosamente su mano hacia abajo. El oficial se inclinó ligeramente para que la mesa no le tapara la visibilidad. Klit metió la mano bajo la falda. El oficial se inclinó un poco más. Klit sintió el objeto duro, frío y metálico. Muy despacito lo fue sacando.

1 comentario:

Eduardo dijo...

¿Que si no comento yo no comenta nadie?
Sigan así. Saludos